¿De qué puede servirnos tener fiebre? ¿Es tan mala como parece?
Sabemos que la fiebre nos avisa de que hay algo que no va bien en nuestro organismo, funcionando, de este modo, como un sistema de alarma. Dolor de articulaciones, temblores, mareos, sudoración, dolor de cabeza y falta de apetito son los síntomas más comunes. Todos los hemos padecido alguna vez, y son bastante molestos, pero ¿sólo sirven para alertarnos de algo? ¿o tienen alguna otra función?
Sí, la fiebre, además de avisarnos de que hay algo que no funciona bien, nos ayuda a curarnos. Es un mecanismo de respuesta del cuerpo frente a una agresión y estas agresiones pueden ser múltiples.
El organismo mantiene una temperatura constante gracias a una glándula del cerebro, el hipotálamo. Cuando este “termostato” es excitado, se produce la fiebre (temperatura axilar por encima de 37ºC). Estos estímulos pueden ser cuerpos extraños que proceden del exterior, como virus, medicamentos o venenos, o del interior, como los glóbulos blancos. Estos últimos, cuando detectan algún componente nocivo, excretan sustancias cuyo función es, precisamente, estimular el hipotálamo.
El hecho de que el hipotálamo eleve la temperatura corporal forma parte de un mecanismo adaptativo de autodefensa frente a las enfermedades:
La fiebre es un intento de crearle al agente agresor un medio inhóspito para impedir su multiplicación, puesto que un pequeño ascenso de la temperatura es suficiente para entorpecer la proliferación de los agentes patógenos. De este modo la fiebre pone una barrera a la proliferación de los agentes invasores. Sin embargo, para nuestra suerte, no afecta igual a nuestras defensas. Más bien, es todo lo contrario. Durante el estado febril aumenta la actividad de los glóbulos blancos, es decir, se optimizan los mecanismos inmunológicos.
Por otro lado, el dolor de cabeza, la sensación de cansancio y demás molestias causadas por la fiebre contribuye a que el cuerpo permanezca en reposo, letárgico, ahorrando unas energías que se concentran en combatir la enfermedad. Podríamos decir que la fiebre también es un sistema de ahorro energético.
¿Si durante el estado febril asciende la temperatura, a qué se deben los escalofríos?
Cuando el hipotálamo es estimulado, pone en marcha una serie de mecanismos con el objetivo de disminuir la pérdida de calor y elevar así la temperatura corporal. Uno de ellos es la vasoconstricción periférica, es decir, la constricción de los vasos sanguíneos más cercanos a la piel. Eso disminuye el flujo de sangre hacia los capilares sanguíneos cutáneos, enfriándose la piel y produciéndose, con ello, escalofríos. Cuando tenemos fiebre, el hipotálamo lo detecta e inicia el proceso contrario con el objetivo de perder calor: los vasos sanguíneos se dilatan y empezamos a sudar.
A pesar de que puede ser realmente molesta, la fiebre es una señal positiva, puesto que indica que el cuerpo está combatiendo algo que puede perjudicarlo. Con ello, la incapacidad para elevar la temperatura es una señal de que el sistema inmune no reacciona y es más grave que la fiebre en sí. De este modo, al contrario de lo se cree popularmente, podemos considerar que la fiebre, lejos de ser peligrosa, es beneficiosa (dentro de lo que cabe).